Una mujer uigur que vive en Shanxi nos cuenta su triste historia. Los uigures que viven en otras regiones de China son enviados de regreso a Sinkiang, y una vez allí, son arrestados si se comportan como musulmanes devotos.
Zhang Feng
Una mujer uigur procedente de la provincia china norteña de Shanxi, vive en un hogar muy pequeño, aunque supuestamente temporal, junto a sus dos hijos. La misma le contó su historia a Bitter Winter, pidiéndonos que no divulguemos su nombre. Su hogar es tan pequeño que una cama doble llena una habitación que mide menos de ocho metros cuadrados. El único aparato valioso en la habitación es un televisor viejo. La cocina no tiene tuberías de agua o extractores y se comparte con otros inquilinos.
Esta es la situación en la que se encontró luego de que su esposo, un hombre musulmán, regresara a Sinkiang —hogar de una enorme población compuesta por la minoría musulmana— para visitar familiares en abril de 2016. Ya en Sinkiang, fue arrestado y condenado a permanecer confinado en uno de los famosos campamentos de «transformación por medio de educación” de China, el mismo debe “estudiar” allí durante seis años antes de ser considerado para ser puesto en libertad.
Dicho hombre no es el único. En diciembre de 2018, dos musulmanes que vivían cerca de la propiedad de alquiler en la que se aloja la mujer fueron obligados a regresar a Sinkiang. Su cuñado también fue convocado por las autoridades de regreso a Sinkiang. Este mes de marzo, otros cinco musulmanes fueron obligados a regresar. El Partido Comunista Chino (PCCh) está deportando por la fuerza a los nativos de Sinkiang que se ganan la vida en otras provincias —enviándolos de regreso al lugar de su hogar registrado. Esta es la razón por la que, como afirmó la mujer, «no se atreve a regresar [a Sinkiang]. El control [al que están sometidas las personas] allí es demasiado estricto…».
La mujer afirmó que su esposo fue arrestado debido a que no bebe ni fuma, al igual que la mayor parte de los musulmanes devotos. Pero desde mayo de 2015, las autoridades de Sinkiang no solo han forzado a los uigures a vender tanto cigarrillos como alcohol, sino que están arrestando a aquellos que son denunciados por negarse a hacerlo. Dicho accionar forma parte de la mentalidad de la policía china. Se considera que los que no beben ni fuman tienen un «pensamiento religioso extremo» y, por lo tanto, son susceptibles de ser arrestados.
Y así, ella viajó de regreso a Sinkiang, corriendo un gran riesgo personal, para tratar de liberar a su esposo. Pero no solo no pudo hacerlo, sino que descubrió que estaba siendo estrictamente vigilada y controlada. Cada noche, se veía obligada a estudiar derecho y el idioma chino. Todos los lunes, se le exigía asistir a una ceremonia de izamiento de la bandera y cantar el himno nacional. Por la tarde, tenía que aprender canciones comunistas. Si no hubiera participado en estas actividades, hubiera sido confinada en un campamento de transformación por medio de educación.
También se vio obligada a trabajar en una fábrica administrada por el Gobierno durante 12 horas al día, ganando solo 1000 yuanes (o 150 dólares). En resumen, no lo suficiente para que ella y sus dos hijos pudieran llegar a fin de mes. Por otra parte, realmente no tenía otra opción. Si no hubiera acatado las órdenes del Gobierno, podría haber sido considerada una persona poseedora de una «ideología problemática» y por ende, confinada en un campamento de transformación por medio de educación.
En lugar de seguir allí, regresó a la provincia de Shanxi, junto con sus dos hijos, y comenzó a hacer todo lo posible para sobrevivir. Ha vendido frutas secas en invierno y pan naan en verano. Su ingreso mensual es de aproximadamente 3000 yuanes (alrededor de 430 dólares). Además de la matrícula de sus hijos y los diversos gastos de manutención, cada tres meses, también es obligada a entregar 500 yuanes (aproximadamente 70 dólares) para contribuir con los gastos de su esposo encarcelado.
Personal de la estación de policía local en Shanxi y de una agencia conocida como «Grupo de trabajo de Sinkiang en la provincia de Shanxi» visitan a la mujer a intervalos irregulares para interrogarla sobre su situación, entregarle libros para que aprenda derecho y el idioma chino, y exigirle que envíe a su ciudad natal videos de su participación en la ceremonia de izamiento de la bandera, la cual es llevada a cabo cada lunes. Como consecuencia de ello, no puede hacer lo que realmente siente en su corazón, lo cual es ir a la mezquita y practicar su fe.
«En la mezquita, hay cámaras de vigilancia por todas partes», afirmó. «Tan pronto como nos fotografíen, la policía nos preguntará por qué fuimos allí y cuál fue nuestro propósito. Cada vez que puedo, me paro fuera de la mezquita, la miro desde lejos y luego me voy ”, afirmó.
A pesar de que puede hablar con su esposo por teléfono, cada llamada tiene una duración de solo tres minutos. No se le permite hablar en uigur y se le exige hablar en chino.