Un viaje fotográfico a través de una región cuya identidad está amenazada por la «sinización».
Maxime Crozet
En las fronteras noroccidentales de China se encuentra situada la inmensa región de Sinkiang (literalmente, «Nueva Frontera»). Hasta hace algunos años, la región poseía una mayoría de uigures, un pueblo musulmán suní que habla una lengua túrcica, y también incluía a las minorías kazaja, hui, kirguisa, mongol, tayika y a otras minorías de Asia Central. Los chinos de etnia han llegaron por millones durante las últimas décadas y actualmente representan el 40% de la población local.
La estrategia del Partido Comunista Chino (PCCh), la cual apunta a sofocar cualquier posible esperanza de autonomía y «sinicizar» esta región fronteriza, está transformando a Sinkiang en un laboratorio gigante de control social y vigilancia global. En la actualidad, la feroz represión implementada contra los uigures y el control totalitario de todas las poblaciones locales está empeorando.
Los centros urbanos tradicionales están siendo destruidos y reemplazados por edificios de estilo chino y los civiles están involucrados en la represión bajo el pretexto de conservar la seguridad. Es imposible viajar por Sinkiang sin percibir la mirada implacable de las autoridades. Incluso los poco comunes turistas deben pasar por puntos de control, someterse a interminables controles y esperar ser repetidamente interrogados. Para los chinos de etnia han, este es el Lejano Oeste de China, una verdadera «Nueva Frontera» a ser reorganizada como parte de la iniciativa puesta en marcha por Pekín para crear una «Nueva Ruta de la Seda».
Durante un viaje que realicé desde marzo hasta junio de 2018, desde el Mar Caspio hasta Kazajistán y Pakistán, entrecrucé durante varias semanas esta vasta frontera de China. En busca de las nuevas fronteras a lo largo de los oasis que delimitan la antigua Ruta de la Seda, más allá de los espacios vacíos y solitarios, llené mi memoria con flagrantes horizontes. En las pequeñas calles del viejo Kasgar, durante un partido de buzkashi (una especie de polo que se juega con una cabra muerta), o una boda tradicional, me dejé fluir por las diferentes culturas locales en busca de armonía. Quería preservar en las fronteras de los desiertos, las estepas, las montañas blancas como la nieve de Asia Central, algunas huellas íntimas de personas en tiempo prestado, amenazadas por el avance de una nueva Revolución Cultural.
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