Un fascinante estudio llevado a cabo por Timothy Grose muestra cómo la brutal campaña denominada los «Tres nuevos» implementada en Sinkiang está transformando los espacios domésticos a fin de erradicar la identidad uigur.
por Massimo Introvigne
Hace mucho tiempo aprendí del sociólogo brasileño Gilberto Freyre (1900–1987) cuán importantes son la arquitectura y la decoración de los hogares para moldear una identidad. Freyre puso de cabeza el argumento marxista de que la cultura material es un subproducto de la clase y la ideología. El mismo argumentó que es todo lo contrario. La forma en la que vives tu vida diaria, la casa en la que vives y el mobiliario, todo eso determina quién eres y lo que piensas.
En la práctica, no así en la teoría, los regímenes comunistas también han reconocido que es así. Los horribles bloques de viviendas de estilo soviético que aún sobreviven en Europa del Este no son feos porque los arquitectos soviéticos eran incompetentes. Por el contrario, en otros lugares, algunos de ellos demostraron ser sumamente brillantes. Los apartamentos soviéticos fueron construidos con el propósito de obligar a sus moradores ha ingresar a un lecho similar al de Procusto, de uniforme conformidad con la imagen del nuevo hombre soviético, el «homo sovieticus».
Un nuevo estudio efectuado por Timothy Grose, profesor de Estudios sobre China en el Instituto de Tecnología Rose-Hulman emplazado en Terre Haute, Indiana, muestra de qué manera funciona esa misma lógica hoy en día en Sinkiang. En un artículo recientemente publicado en la revista académica Ethnic and Racial Studies (desafortunadamente, se deben pagar 45 dólares para poder leerlo), Grose parte de un contexto en el que el Partido Comunista Chino (PCCh) está erradicando todas las expresiones de la cultura uigur, desde el idioma hasta la religión. Millones de uigures permanecen detenidos en los temidos campamentos de transformación por medio de educación, y un millón de «parientes» chinos de etnia han han sido enviados a vivir con familias uigures para mantenerlos bajo vigilancia y «reeducarlos» en sus hogares.
No solo los “parientes” masculinos del PCCh –quienes, tal y como Rushan Abbas les dijo recientemente a nuestros lectores, a menudo terminan durmiendo en la misma cama que las mujeres uigures locales, cuyos esposos están confinados en los campamentos– ingresan a los hogares uigures. El Partido también quiere ocuparse de los mismos.
Grose se centra en la destrucción planificada por el PCCh de la tradicional vivienda uigur, cuyo centro es la supa, una palabra uigur equivalente a la palabra china kang (炕). La supa es una plataforma elevada a 40-50 cm del suelo, construida con tierra o madera. Las familias uigures y sus invitados se sientan, comen y realizan ceremonias religiosas, tales como ceremonias de nombramiento, circuncisiones e intercambio de votos matrimoniales en la supa, la cual, según argumenta Grose, «difumina las divisiones entre lo sagrado y lo profano». Preciosas alfombras cubren la supa y los espacios aledaños. En algunos hogares uigures, también hay nichos de merhab, los cuales indican la dirección de la Meca y son utilizados para almacenar artículos religiosos, tales como ediciones del Corán y artículos de cama. Algunas supas, al igual que los kang, poseen cavidades interiores, las cuales son utilizadas para calefaccionar, y los uigures duermen allí.
La arquitectura interna de las viviendas y la vida familiar convergen en la supa, con un concepto diferente a la clara distinción entre área de vida y de descanso, propio de las viviendas occidentales. A su vez, las viviendas uigures convergen alrededor de la mezquita local, y esta es precisamente la razón por la cual la antigua ciudad de Kasgar, el corazón de la cultura uigur, fue destruida, tal y como informamos el mes pasado.
Grose relata de qué manera se está desmantelando sistemáticamente la disposición del hogar centrándose en la supa en Sinkiang. Las supas y, por supuesto, los merhabs desaparecen, y los uigures que intentan resistirse son tildados de «extremistas» y deportados a campamentos de transformación por medio de educación. El mobiliario tradicional es reemplazado por mesas y sillas estandarizadas al estilo Ikea. Cuando es imposible efectuar la reforma de una vivienda, simplemente se la arrasa hasta los cimientos, y los uigures se ven obligados a mudarse a bloques de apartamentos.
Todo esto está cuidadosamente planeado y justificado por la ideología. La supa es considerada el símbolo del atraso del pueblo uigur, a pesar de que los chinos que no son uigures ni musulmanes también utilizan el kang, el cual es sumamente similar (pero también están preparando una campaña en su contra). Xi Jinping ha puesto en marcha un programa que aboga por los «Tres nuevos»: un nuevo estilo de vida, una nueva atmósfera y un nuevo orden. Grose cita los comentarios efectuados por un burócrata del Gobierno de Sinkiang, el cual traduce el «nuevo estilo de vida» en «agradece, escucha y sigue al Partido» y «elimina las cuatro actividades», con lo que se refiere a ceremonias musulmanas de nombramientos, circuncisiones, bodas y funerales. Esto se llama «llevar a las masas rurales a un estilo de vida secular». La «nueva atmósfera» exige la eliminación de las viviendas tradicionales y la «ropa extraña», y un «nuevo orden» «nunca debe permitir que la religión intervenga en la administración, la justicia, la educación o la planificación familiar«.
Con la puesta en marcha de esta campaña, las tradicionales viviendas uigures están siendo destruidas o reestructuradas eliminando las supas, imponiendo tres espacios separados para «vivir, crecer y criar a los hijos» y llenando las habitaciones con muebles baratos de estilo occidental, entre los que se incluyen mesas de café y sofás. Para el año 2018, 300 000 hogares uigures habían sido «reformados». Los “parientes” del PCCh de etnia han se quedan a vivir en dichos hogares para asegurarse de que se respete el nuevo orden y para “transformar el pensamiento” de los uigures, a través de lo que el Partido llama la estrategia de “cuatro bienes comunes y cuatro regalos”. Esto significa que los «parientes» del PCCh deben «comer, vivir, trabajar y estudiar» con las familias uigures anfitrionas, y entregarles los «obsequios» de la amabilidad china y el conocimiento de las políticas, las leyes y la cultura del PCCh.
Los uigures que no cooperan son severamente sancionados. Los cuadros del Partido inspeccionan los hogares y les entregan una pancarta roja si están debidamente «modernizados» y «sinizados», y una negra si no lo están. Una pancarta negra es un asunto sumamente grave. Las familias que reciben una pancarta negra en tres oportunidades son capturadas y obligadas a «desfilar en un escenario» frente a los demás aldeanos, donde deben ganarse el perdón y «prometer rectificar sus faltas», al estilo de la Revolución Cultural.
A pesar de que, tal y como señala Grose en su conclusión, la campaña de los “Tres nuevos” es tan impopular que genera resistencia; la destrucción del tradicional hogar uigur es otro paso clave en el genocidio cultural. Tal y como Magnus Fiskesjö, profesor de Antropología en la Universidad de Cornell, escribió recientemente al comentar el «genocidio cultural con características chinas» en Sinkiang: «dado lo que está sucediendo, ¿puede China seguir siendo representada en algún organismo internacional a favor de la protección del patrimonio cultural? ¿puede seguir formando parte de la UNESCO? o ¿pueden sus representantes esperar algún tipo de respeto? Yo creo que no».