Un libro conmovedor y oportuno. Las memorias desgarradoras de una joven musulmana tártara estudiante de medicina describen cómo es la terrible vida bajo la Revolución Cultural en Sinkiang. Ella dice que lo que está ocurriendo en la actualidad es todavía peor.
por Ruth Ingram
La Revolución Cultural vs. los musulmanes
“A ustedes, personas tontas y retrógradas, que ignoran los gloriosos cambios sociales que se están llevando a cabo en este país, a ustedes ya no se les permite aferrarse a sus creencias tradicionales. Hoy pueden decir que no, pero solo esperen y vean: el Partido pronto les prohibirá incluso vestirse con sus prendas tradicionales y, ya no digamos, tener su tradicional forma de vida y su religión”.
¿Podrían estas palabras ser insultos lanzados al pueblo uigur de China noroccidental durante las recientes restricciones? ¿Podrían formar parte de los actuales intentos institucionalizados del PCCh (Partido Comunista Chino) por extinguir la cultura uigur que han culminado con el encarcelamiento de hasta 3 millones de sus compatriotas desde que en 2017 comenzaron a aplicarse con fuerza las purgas draconianas?
Podrían ser, pero no lo son
De hecho, fueron los desvaríos proféticos de los soldados ciudadanos conocidos como “minbings” durante la Revolución Cultural de 1966, a quienes se les encargó la implementación de las políticas del presidente Mao durante el caótico periodo de locura de 10 años durante el cual millones de personas fueron torturadas e irracionalmente asesinadas. Corresponde a la entrada del 20 de septiembre de 1966 del diario de una joven musulmana tártara estudiante de medicina de Sinkiang después de ser liberada tras tres años de haber estado en un campamento de “reforma a través del trabajo” por ser una “separatista”.
Söyüngül Chanisheff, que posteriormente soportó varios años más de tortura y privaciones bajo un “régimen de vigilancia” en las montañas de Sinkiang, describe estos años en su aclamado libro La tierra bañada en lágrimas (The Land Drenched in Tears, Londres, Hertfordshire Press, 2018), ganador del premio English Pen. No hace distinción entre uigures, tártaros, kazajos, kirguisos o uzbekos en su relato; simplemente habla de un anhelo —que también tiene la población musulmana de esa región— de tener una patria libre.
Sin embargo, de acuerdo con la autora, a pesar de una juventud perdida de arduos e incapacitantes trabajos, desnutrición y un encarcelamiento injusto, lo que está pasando ahora en Sinkiang es “cien veces peor” que los eventos que ocurrieron en la Revolución Cultural, aun cuando se desarrollaron hace más de 50 años en la misma tierra.
Y, ahora, más de lo mismo o aún peor
Traducido por la autora y música uigur en el exilio, Rahima Mahmut, el libro es un relato desgarrador de los turbulentos años de Mao, pero de acuerdo con Chanisheff, que ahora vive en Australia, podría aplicarse igualmente al brutal régimen que se está echando a andar en la parte noroccidental de China en la actualidad. Las redadas al azar, la vigilancia, los encarcelamientos ilegales y extrajudiciales junto con las desapariciones y la tortura le recuerdan la era en la que creció, pero, como Chanisheff señala en su libro, “no hay nada nuevo en China”. Los mismos métodos que se utilizaron entonces se están implementando hoy.
“Debes obedecer y hacer lo que te hemos dicho que hagas. Cualquiera que se niegue a fumar será arrastrado a las reuniones de denuncia […]. Estamos luchando por erradicar sus antiguas tradiciones y establecer una nueva forma de vida moderna. ¿Entendido? ¡Al diablo con sus creencias religiosas!”.
Chanisheff documentó el desprecio y la indignidad de 1966, pero la línea oficial sorprendentemente no ha cambiado. Han pasado 50 años y los uigures de Sinkiang que no fuman y no beben se están enfrentando con los mismos insultos a su forma de vida. Quienes se han negado a adoptar esos hábitos o no venden alcohol y tabaco en sus tiendas, de inmediato son acusados de extremismo religioso y son enviados para su “transformación por medio de educación”.
Rahima Mahmut habla regularmente con Chanisheff, quien ahora, a los 76 años, está viendo cómo se desarrolla el caos en Sinkiang desde su exilio en Australia. “Se siente verdaderamente impotente frente a la situación actual”, dijo Rahima mientras se dirigía a los estudiantes de la Universidad de Oxford, durante los dos días de seminarios que celebran la traducción literaria. Al escuchar los reportes acerca de las condiciones que prevalecen en los campamentos que han dado a conocer las pocas personas que han sido liberadas, Chanisheff siente que, a pesar de sus propias adversidades, las privaciones que ella experimentó no fueron nada comparadas con las condiciones que actualmente imperan en los llamados campamentos de transformación por medio de educación y con el terror creado por la vigilancia 24/7 hacia toda la población que la tecnología del siglo XXI permite, la cual es aún más represora que lo que ella tuvo que soportar.
“Cuando estaba en mi pequeña celda no había cámaras de CCTV observándome”, dijo a Rahima. “Podía caminar alrededor de una hora todos los días para mantenerme en forma, pero cuando oigo hablar de que las mujeres están encerradas con otras 60 a 70 personas en una sola celda, de cómo no se les permite hablar y de cómo son monitoreadas 24 horas al día, me doy cuenta de que lo que está ocurriendo hoy es cien veces peor que lo que yo pasé”, dijo.
La autora conoce a la traductora
Rahima conoció a Chanisheff en 2011 y quedó sumamente conmovida por su deseo de que el mundo supiera lo que ocurrió en Sinkiang durante la Revolución Cultural. Después de buscar sin éxito durante seis años una editorial para sus memorias de 1000 páginas, su reunión con Rahima fue un punto de quiebre. Aunque al principio estaba renuente a aceptar esta responsabilidad, cuando leyó el libro Rahima se convenció de aceptar el desafío. “La meta de Chanisheff al escribir el libro fue llegar a una audiencia internacional con las noticias de los horrores de la Revolución Cultural”, dijo, sin darse cuenta de cuán pronto se desarrollaría, una vez más, una pesadilla similar en su tierra natal para millones de uigures una vez que Xi Jinping asumió de forma vitalicia en 2018 la dirección del PCCh después de un voto aplastante para abolir los límites del periodo presidencial. Y tampoco estaba consciente todavía de la intensa sensación de déjà vu que se volvería evidente a medida que el desgarrador libro tomó forma. Comenzó a ver claramente que lo que ocurrió 50 años atrás se estaba reflejando paso a paso en el Sinkiang del gobernador Chen Quanguo.
A partir de las memorias de Chanisheff queda claro que los primeros días de la Revolución Cultural se caracterizaron por una sospecha profundamente arraigada, por la vigilancia y el monitoreo hacia todos y por todos. La paranoia gubernamental era endémica y había una sensación generalizada de que un ataque enemigo era inminente. Los movimientos estudiantiles eran aplastados ferozmente y no se escatimaban esfuerzos por buscar a los culpables hasta dar con ellos y utilizar secciones enteras de la policía y del aparato de seguridad para lograrlo. Chanisheff misma reprendió, por volverse contra su propio pueblo, a un funcionario uigur del Departamento de Seguridad Pública que la hostigaba. “Las autoridades chinas nunca sorprenden a los uigures utilizando a sus propios hombres o mujeres. Siempre han utilizado a personas como usted para hacer el trabajo sucio”, lo acusó.
La situación es idéntica en Sinkiang en la actualidad. La población entera se mantiene en alerta máxima por algo, pero nadie sabe realmente quién es el enemigo. Todos los estudiantes de preparatoria en el sur visten uniformes militares, los comerciantes son agrupados en equipos de diez personas que están armadas con enormes varas en forma de bate de béisbol y son convocadas regularmente a lo largo del día para practicar cómo blandir macanas y realizar ejercicios de defensa. Sectores enteros de la población han sido reclutados para que se espíen unos a otros, se han ofrecido recompensas generosas por la más mínima información que incrimine a un vecino o amigo y las redes de vigilancia se han asegurado de que nadie esté fuera del radar durante mucho tiempo. De hecho, cualquier persona que permanezca fuera del radar por apagar el teléfono y no salir de casa, de inmediato es visitada y normalmente se la llevan.
La Revolución Cultural… está sucediendo otra vez
Chanisheff describió cómo los estudiantes que eran convocados a reuniones políticas esperaban horrorizados mientras la policía armada irrumpía en el edificio, lo rodeaban y permanecían en guardia mientras los llamados “facinerosos” eran nombrados y llevados con las esposas puestas. Luego, el grupo era arreado a punta de pistola a camiones del ejército y a algunos no se les volvió a ver jamás.
La experiencia de millones de uigures en la actualidad no es tan diferente, pues los rodean por la noche de forma inesperada para revisarles sus identificaciones o su teléfono y son arreados a punta de metralleta a estaciones de policía para ser repartidos de forma masiva a uno de los cientos de campos de internamiento donde les espera un destino incierto.
Todo el mundo está con el alma en vilo, esperando escuchar los conocidos pasos de las cuadrillas de policías armados calzando botas militares que suben corriendo por las escaleras en las primeras horas de la mañana. El temido llamado a la puerta. La entrada del equipo vestido con chalecos antibalas mientras algunos cuidan la puerta con las armas listas para ser disparadas y los demás invaden la casa buscando algo o a alguien. Muy a menudo, salen con una o dos personas a las que se llevan. Nada parece haber cambiado.
Con una narración detallada de los tiroteos masivos dirigidos a los uigures y realizados por las fuerzas gubernamentales, particularmente uno en Ghulja en los años sesenta, las descripciones que hace Chanisheff de pilas de cuerpos, sangre por todas partes, personas que buscan frenéticamente a sus familiares y el subsecuente levantamiento de cadáveres y personas lesionadas de modo que el área pueda ser limpiada con manguera y regresada a su estado prístino previo a la masacre, todo esto evoca con precisión los métodos que actualmente se utilizan para eliminar la evidencia de los actos indebidos del Gobierno. La propia Rahima Mahmut dejó Sinkiang para no volver jamás después de la masacre de Ghulja de 1997, cuando decenas de miles de jóvenes uigures fueron masacrados o, simplemente, desaparecidos. Los eventos que siguieron a los disturbios de Urumqi en 2009 fueron similares, después de que la policía engañó a cientos de uigures para que salieran de los edificios y abrieron fuego en las primeras horas de la mañana. Quienes fueron testigos de esto reportaron el ruido siniestro de las mangueras a lo largo de la noche destruyendo la evidencia.
Las tácticas de alta presión al estilo de la Revolución Cultural donde se bombardea cada villa y cada esquina con lemas del Partido y canciones revolucionarias también han regresado a Sinkiang con una venganza. Chanisheff describe cómo se instalaron por todas partes altavoces “que gritaban frases intimidantes desde el amanecer hasta el anochecer”. Citando las palabras de Mao –“por definición, todas las revoluciones son violentas”– describió cómo los “Cuatro Viejos” fueron castigados. “Debemos acabar con la vieja cultura, las viejas ideas, las viejas costumbres y las viejas tradiciones”.
Añadió que los altavoces solían transmitir canciones revolucionarias que, principalmente, elogiaban a Mao por ser “el salvador del pueblo de la nueva China”. Cualquier persona que hubiera visitado Sinkiang después de 2016 también habría tenido que soportar un incansable bombardeo de canciones propagandísticas y gigantescas pantallas de video donde se exaltaba la visión particular de Xi Jinping de la “Nueva China”. Vestido con su propia versión de un traje Mao, la imagen sonriente de Xi desfila por todas partes en carteleras publicitarias, platos y tazas; en pósteres rodeado por niños risueños, trabajadores de fábricas y mineros.
Chanisheff habló acerca del agotamiento mental que trae el constante ruido de la propaganda y, en la actualidad, aquellos que salen de los campamentos hablan también de la misma propaganda debilitante y que destruye los nervios que se emite 24/7, gran parte de la cual se ven forzados a memorizar so pena de ser sometidos a castigos draconianos.
Los derechos humanos básicos son negados
De acuerdo con el diario de Chanisheff, en esos días cualquier persona que tuviera parientes en el extranjero era etiquetada como revisionista. Actualmente, cualquier persona que tenga familiares en el extranjero también está en la mira. Se prohíbe toda comunicación con el mundo exterior so pena de ir a prisión y cualquier persona que tenga un familiar en un país que forme parte de la lista de los 26 países prohibidos es probable que reciba penas aún más severas.
Despreciaban a los intelectuales como la “apestosa novena clase” (chou laojiu) y los acorralaban para humillarlos públicamente de una forma inmisericorde. A menudo eran golpeados a muerte por sus estudiantes o quedaban paralíticos por las agresiones. Actualmente también se les ataca, se hacen redadas para desaparecerlos o, incluso, reciben sentencias de muerte por el crimen de deslealtad o por ser “hipócritas”. Rahima habla de “cientos de escritores, maestros, profesores, periodistas y empleados de editoriales que han sido detenidos”. “Este es el período más oscuro de nuestra historia”, se lamentó. “Es genocidio cultural obligatorio”.
Antes del arresto de Chanisheff en 1963, ella y una amiga fueron a la estación de trenes de Urumqi para contar el número de chinos continentales que llegaban. Habló con una persona de intendencia que le dijo que los chinos de la etnia han llegaban a lo largo de toda la noche. “Espero que no nos coman vivos un día”, dijo, medio bromeando. Cuando hizo más preguntas acerca de cuántos estaban llegando, Chanisheff quedó sorprendida. “En otros 30 o 40 años, nos convertiremos en la minoría en Sinkiang y nuestra tierra estará ocupada y controlada por los chinos”. “¿Qué podemos hacer? ¿Qué va a pasar con las generaciones futuras si las cosas siguen así?”, preguntó proféticamente.
Nada ha cambiado en China, ese es el veredicto de las memorias de Chanisheff y las mismas tragedias envuelven a las siguientes generaciones. Sin embargo, los destellos de inspiración mantuvieron una llama encendida en ella incluso durante sus días más oscuros. Cuando pasó su primer festival Eid (o Fiesta del Cordero) tras las rejas, preocupada por su familia, lo que la sostuvo era el pensamiento de que “los dictadores jamás pueden destruirnos aterrorizándonos o encerrándonos en prisión. Siempre viviremos por encima de ellos, empoderados por nuestros más grandes sueños”. Recordó la vez en la que los minbings estaban quemando doppas –los gorros uigures tradicionales– y un hombre de la tercera edad protestó diciendo que los doppas podían quemarse fácilmente, pero los pensamientos que están dentro de la cabeza que estos cubren no pueden destruirse tan fácilmente.
Incluso hasta hoy, Chanisheff es una firme creyente en un Turkestán Oriental independiente (el nombre uigur de su tierra natal: Bitter Winter no adopta ninguna postura en relación con tales asuntos políticos, pero informamos las distintas opiniones). Durante una entrevista que dio para publicitar su libro, dijo que había soportado una crueldad inimaginable durante esos diez años y había sido tratada peor que un animal, pero sus sueños para su tierra natal nunca desaparecieron. Escribió el libro como parte de su lucha por la libertad con el poder de la pluma. “No logramos alcanzar nuestros sueños, pero nuestros sueños seguirán viviendo”, dice. “Un día, nuestros nietos celebrarán nuestra victoria”.