Una mujer de 19 años fue arrestada y brutalmente maltratada a causa de su fe. Relata su dolorosa experiencia a manos del Gobierno chino.
Mi nombre es Lu Chunyan, el mismo es un seudónimo, por supuesto, por motivos de seguridad. Soy de la ciudad de Taizhou en la provincia de Jiangsu, una provincia costera situada al norte de Shanghái, y soy miembro de la Iglesia de Dios Todopoderoso. En el momento en el que fui arrestada, el 22 de noviembre de 2017, tenía 19 años, y mis tres hermanas y yo estábamos a punto de irnos a dormir cuando escuchamos el sonido de alguien pateando la puerta en la planta baja. Momentos después, seis oficiales de policía ingresaron a mi hogar y saquearon todo, llevándose nuestras computadoras, unidades de disco duro y otros artículos.
Posteriormente, la policía nos llevó a un hotel para someternos a un interrogatorio secreto, el cual dijeron que era una clase de estudio de la Oficina 610. Esa noche, me obligaron a permanecer de pie como castigo, y no se me permitió dormir.
A la mañana siguiente, la policía comenzó a interrogarme sobre la dirección de mi hogar y mis obligaciones en la Iglesia, a lo cual no respondí. Un oficial de policía me amenazó diciendo: “Esta clase de estudio está especialmente preparada para ti. Podemos mantenerte encerrada durante varios meses o incluso durante un año. Si no hablas ahora, lo harás más tarde. ¡Tenemos tiempo de sobra!».
Y luego me dejaron para que lo pensara mientras permanecía de pie a modo de castigo. Hasta el 26 de noviembre, no me había podido sentar en lo absoluto; un total de tres dolorosos días y cuatro noches. Los pies me dolían mucho por haber estado tanto tiempo de pie, y se formaron coágulos de sangre en los mismos. Cada vez que presionaba los coágulos, sentía un dolor desgarrador e insoportable. Mi nariz también sangraba mucho. Gradualmente, comencé a tener alucinaciones. Todo lo que miraba parecía estar superpuesto.
En la tarde del 26 de noviembre, un oficial de policía me exigió que le dijera la contraseña de la unidad de disco duro en la que estaba almacenada la información relacionada con el trabajo de la Iglesia. No se la dije. Apretó con fuerza las sienes a ambos lados de mi cabeza y me abofeteó de manera brutal. Agarró mi cabello y lo tironeó en todas las direcciones. Después de 10 o 20 minutos, no recuerdo bien, comenzó a dolerme el cuero cabelludo por los fuertes tirones. El mismo se había quedado con un puñado de mi cabello en su puño.
Como continué negándome a decirle lo que me pedía, me abofeteó repetidas veces nuevamente. Me golpeó tan fuerte que me mareé y las comisuras de mi boca comenzaron a sangrar. Mi rostro se inflamó.
Como consecuencia de ser forzada a permanecer de pie durante un prolongado período de tiempo, mis pies se inflamaron hasta asemejarse a grandes bollos al vapor. Mis pantorrillas se hincharon tanto que eran tan gruesas como mis muslos. La piel de mis tobillos se necrotizó y se volvió negra. Un oficial de policía me amenazó diciendo: «¡Si no hablas, deberás permanecer de pie, y tus piernas se arruinarán!».
Para la segunda semana de diciembre, todavía no le había proporcionado a la policía ninguna información sobre la Iglesia, así que, como si fueran bestias, me arrastraron al baño cuatro veces. En cada una de las oportunidades, mantuvieron mi cabeza hundida en el agua, lo hicieron repetidamente durante varios minutos. El agua estaba tan fría que me congelaba hasta los huesos, se metió por mi nariz y comencé a ahogarme. Sentí que la muerte estaba a la vuelta de la esquina. En una ocasión, luego de sumergir mi rostro en el agua, el oficial de policía dijo: «Si sigues sin decir nada, meteré tu cabeza en el inodoro y la cubriré con la tapa del mismo. Presionaré fuerte y tiraré de la cadena. ¡Tu cabeza seguramente se quebrará!». Tenía tanto miedo que comencé a llorar, pero el oficial de policía no me dejó ir. Me arrastró hasta el borde del inodoro y me dio una patada extremadamente fuerte en la parte de atrás de mis rodillas, tras lo cual caí de rodillas al suelo y, a continuación, él intentó sumergir mi cabeza dentro del inodoro.
Todo lo que pude hacer fue invocar a Dios en mi corazón.
Afirmé mi cuerpo con todas mis fuerzas para que él no pudiera empujarme hacia abajo. El oficial intentó presionar mi cabeza hacia abajo durante un rato, pero me resistí firmemente, y él se rindió.
Estamos a fines de diciembre y la policía aún me mantiene detenida, todavía me está torturando. En una ocasión, me hicieron colocar mis manos en alto. Cuando ya no podía soportarlo más y quise bajarlas, un oficial me advirtió diciendo: «Si te atreves a bajarlas [tus manos], te daré una bofetada. Si te atreves a bajarlas [tus manos], hallaré algunas personas para que vengan y te violen. ¿Me crees?”. Sin más, comenzaron a torturarme de manera vil mientras me hacían escuchar grabaciones de audio blasfemas, en un intento por obligarme a traicionar mi fe.
El doble tormento de mi carne y mi espíritu llevado a cabo por estos malvados policías me hizo sentir como si estuviera a punto de sufrir una crisis nerviosa. Me preocupaba no poder soportar la tortura y traicionar a mi Iglesia. Traté de suicidarme mordiéndome la lengua y cortándome las venas, pero no morí gracias a la protección de Dios. Las palabras de Dios Todopoderoso me dieron fuerzas en mi corazón para que pudiera sobrevivir y para poder ser testigo de Dios.
Luego de permanecer detenida y de ser interrogada en el hotel durante un mes, me llevaron a la casa de detención de la ciudad de Taizhou. Tan pronto como llegué al lugar, una oficial de policía me ordenó que me quitara los pantalones y luego me fotografió para humillarme.
El 13 de junio de 2018, las otras tres cristianas que fueron arrestadas conmigo y yo fuimos llevados a tribunales para ser enjuiciadas. En ese momento, las cuatro estábamos esposadas y encadenadas. Al subir las escaleras, los afilados bordes de los grilletes rozaban mis pies y mi piel comenzó a agrietarse por la abrasión. Cada vez que daba un paso, era terriblemente doloroso. Dos meses después, el 13 de agosto, el tribunal me condenó a nueve meses de prisión bajo sospecha de «utilizar una organización xie jiao para socavar la aplicación de la ley».
En los meses posteriores al regreso a mi hogar desde la casa de detención, el Partido Comunista Chino (PCCh) continuó manteniéndome bajo estrecha vigilancia. Independientemente de a dónde vaya, siempre hay personas que me siguen. No importa dónde coloque mi bicicleta, siempre hay un «guardaespaldas» vigilándola.
Ser torturada por la policía me hizo desarrollar complicaciones físicas crónicas. Incluso en la actualidad, tan pronto como mi cuerpo se enfría o está expuesto al viento, me duelen las pantorrillas. Mis encías siempre están inflamadas y se llenan de llagas, y mi mandíbula inferior me duele e incomoda.
Mi experiencia es solo un microcosmos de la persecución llevada a cabo por el PCCh contra los cristianos. Existen muchos más presos de conciencia que han sido encarcelados por sus creencias y que aún siguen siendo atormentados y torturados. En este país, donde el PCCh tiene el poder, el camino de la fe en Dios de los cristianos es extraordinariamente difícil.
Informado por Deng Changlin